Generaciones post-alfabéticas . Franco Berardi

Generaciones post-alfabéticas
Violencia en las escuelas
“GUN RULE1[1]” titulaba un diario popular londinense la mañana del
15 febrero de 2007. Un joven de quince años había sido encontrado
muerto en East London, asesinado, según dicen los investigadores,
por sus compañeros de escuela. Se trata de la tercera víctima
adolescente de una guerra de pandillas que se desarrolla desde hace
un tiempo en las escuelas de la metrópolis inglesa.



También en Italia la violencia en las escuelas es un argumento que
llama la atención cada vez con mayor frecuencia. Un muchacho se
quitó los pantalones delante de la profesora y las imágenes de la
proeza aparecen en Internet al día siguiente. Alguien filmó una escena de agresión a un joven incapaz de defenderse y las subió para
mostrarlas en You tube. Los profesores al borde del colapso nervioso
reaccionan con amenazas o con acciones al límite de la violencia.
En París, desde que las periferias explotaron en noviembre de 2005, la cuestión de las escuelas ingobernables está situada en el centro de la
atención, al punto de que el orden en el sistema educativo -que en un
tiempo fue la jactancia de la República- se ha vuelto uno de los
argumentos fuertes de la campaña electoral que ha llevado a Sarkozy
a la victoria.
La transmisión intergeneracional aparece inestable cuando entran en
escena las generaciones post-alfabéticas que McLuhan, ya en 1964,
había visto emerger como efecto de los medios electrónicos.
Los profesores de todos los países occidentales denuncian un
verdadero colapso del sistema de enseñanza. Según la derecha la
culpa de este colapso es de los profesores de izquierda que han
eliminado de las escuelas su aspecto austero. La laxitud, el exceso de
tolerancia, la libertad con que se permite a los estudiantes hacer lo
que quieran provoca estos cambios. Se precisa orden, es necesario el
respeto riguroso de la ley y de la autoridad, resulta inminente
restaurar los valores ligados a la institución, al poder.
Alain Finkielkraut, autor de libros importantes como La defaite de la
pensée2[2], ha hecho de la crisis de la escuela pública una cuestión
central del debate político, poniéndose en sintonía con la vocación de
orden de la derecha sarkoziana.
En una entrevista realizada en el otoño de 2005, mientras en la
banlieux (periferia francesa) se extendía la revuelta, Finkielkraut
1[1] Como “la ley de las armas” podría traducirse este juego de palabras.
2[2] La derrota del pensamiento, Anagrama, 20004.
expresaba una posición contundente sobre la cuestión de la disciplina
en los colegios:
“Yo conozco la escuela republicana, la he estudiado. Era una
institución con exigencias rigurosas, un lugar austero que había
construido altos muros para protegerse del ruido externo. Treinta
años de reformas estúpidas han cambiado el paisaje. La escuela
republicana fue sustituida por una comunidad educativa que es
horizontal y no vertical. Así ha descendido el nivel de los
programas escolares, el ruido externo ha entrado, la sociedad ha
inundado la escuela. Pero lo que vemos hoy es la derrota de esta
escuela que quiere ser simpática. Y este modelo se alimenta de
sus fracasos. Lo que debemos exigir, por el contrario, es una
mayor severidad y estándares más eficaces”.
Sería superficial burlarse del tono autoritario y tradicionalista con que
Finkielkraut habla de la cuestión escolar. Sería frívolo rechazar su
postura como si fuese sólo la patética conversión al autoritarismo de
un intelectual que participó largamente de las luchas antiautoritarias
de los estudiantes. La violencia que estalla en las escuelas europeas
en la época de You tube no tiene mucho que ver con la
insubordinación antiautoritaria de los años ’60 y ’70. Lo que
Finkielkraut señala es un problema verdadero.
Sin embargo, al mismo tiempo es ingenuo pensar, como Finkielkraut,
que la agresividad adolescente se debe a la disminución de la
autoridad y de las jerarquías. La voluntad política y legislativa no
viene aquí a cuenta. Una causa –muy parcial— la encontramos a lo
sumo en las condiciones sociales de las grandes periferias, en el
empobrecimiento material de la escuela debido a la reducción de las
partidas presupuestarias públicas. No obstante, esta respuesta no
logra aprehender el núcleo más profundo del problema. En efecto, la
geografía de la violencia no se traza según las líneas de la diferencia
social. La agresividad, la irritación y la violencia se difunden de modo
más o menos parejo en los diversos ámbitos de la sociedad, involucra
a jóvenes provenientes de las clases pobres pero también a los que
provienen de las clases acomodadas.
El ADD, disturbio pre-adolescente de la atención, que se viene
diagnosticando con cada vez mayor frecuencia, golpea tanto a los
jóvenes de familias pobres como a los de familias ricas. Pero, ¿qué es
efectivamente este disturbio de la atención? Más que una enfermedad
es el intento de adaptación del organismo sensible y consciente de un
niño a un ambiente en el cual el contacto afectivo ha sido sustituido
por flujos de información veloces y agresivos.
Las raíces de la devastación psíquica que golpea a las generaciones
post-alfabéticas se encuentran en el enrarecimiento del contacto
corpóreo y afectivo, en la modificación horrorosa del ambiente
comunicativo, en la aceleración de los estímulos a los que la mente es
sometida. Los educadores que viven en contacto con los niños de las
escuelas primarias testimonian sobre un disturbio en sus capacidades
de socialización. Cuando establecen contacto entre ellos, cuando
pueden tocarse, conocerse y jugar, los niños de esta generación
tienden, antes que nada, a agredirse. No conocen ya los modos de
acariciarse y muerden una oreja. Ninguna decisión política, ninguna
restauración del autoritarismo escolar podrá modificar la situación de
los chicos que han crecido en un ambiente donde el aprendizaje del
lenguaje ha quedado escindido del contacto físico con el cuerpo de la
madre.
Nota sobre el concepto de generación
Siempre he desconfiado del concepto de generación. El concepto de
clases sociales define mucho mejor los procesos de identificación y los
conflictos, los intereses y las perspectivas políticas. Las clases
sociales no coinciden con las generaciones. Las líneas de formación
de la conciencia de una clase social pasan por procesos de producción
y distribución de la renta más que por las pertenencias
generacionales.
En la época industrial la sucesión generacional tenía un carácter
marginal: no podía determinar efectos de radical diferenciación, ni
podía influir en formas de conciencia y de identificación política
significativa. Hasta que la subjetividad política se formaba en el
interior de la división social del trabajo, la generación era sólo un
concepto sociológico, biologizante, inadecuado para definir las
características históricas de la conciencia.
Pero la transformación post-industrial trastocó los términos del
problema. No puede decirse que se hayan disuelto las
estratificaciones sociales y económicas: en la sociedad post-industrial
las clases sociales también son una realidad objetiva, pero ya no
parecen estar en condiciones de producir efectos de identificación
decisiva en el plano de la conciencia. La fragmentación y la
precarización de los procesos productivos ha vuelto sumamente frágil
las identidades sociales, la presencia del otro se ha vuelto
discontinua, incómoda, competitiva. Las agregaciones productivas se
disuelven rápidamente, se desplazan de manera continua y esto
fragiliza la comunidad y pulveriza la memoria colectiva.
La identificación se vuelve imaginaria, la conciencia vectorial. No es
importante lo que somos sino lo que pensamos que podemos ser
mañana.
La conciencia, que para Marx es un producto del ser social, para
nosotros hoy es sobre todo un producto del imaginario social.
Y para poder comprender la modalidad de formación del imaginario,
las expectativas del mundo, las grillas cognitivas, es oportuno
referirse al ambiente de formación técnico y comunicacional en el que
un grupo social se forma. Con el concepto de generación hago
referencia a un conjunto humano que comparte un ambiente de
formación tecnológico y, en consecuencia, también un sistema
cognitivo así como un mundo imaginario.
En las épocas modernidad que han quedado detrás este ambiente
técnico-cultural cambiaba lentamente con el transcurrir del tiempo.
Pasaban décadas o quizás siglos para que las personas se habituasen
a usar una técnica que pudiera modificar las formas de pensamiento y
las modalidades de acercamiento a la realidad. Pero cuando las
tecnologías alfabéticas dieron paso a las tecnologías digitales, las
modalidades de aprendizaje, memorización e intercambio lingüístico
se modificaron rápidamente, incluso en el marco de una sola
generación. El espesor formativo de la pertenencia generacional se
convirtió en decisivo. Y los mundos generacionales comenzaron a
constituirse como conjuntos cerrados, inaccesibles, incomunicables,
no por motivos morales, políticos o psicológicos sino por un problema
de formato tecno-cognitivo, por una verdadera intraducibilidad de los
sistemas de referencia interpretativos.
Con el concepto de generación no identificamos ya un fenómeno
biológico sino un fenómeno tecnológico y cognitivo. Una generación
es un horizonte común de posibilidades cognoscitivas y
experienciales. La transformación del ambiente tecno-cognitivo
redefine continuamente las formas de la identidad.
Por eso las nuevas formas de conciencia social se modelan a partir de
la pertenencia generacional.
Comenzamos a ver hoy los efectos que la mutación tecno-cognitiva
produjo sobre dos generaciones sucesivas: la video-electrónica y la
celular-conectiva.
La primera nace a fines de los años setenta cuando en el ambiente de
la vida cotidiana se difunden los aparatos televisivos, conquistando un
lugar central en la atención colectiva.
Marshall McLuhan habla sobre esto en su fundamental ensayo de
1964, Understanding media3[3]. McLuhan estudia el pasaje de la
esfera alfabética a la esfera video-electrónica y concluye con una
preciosa intuición: cuando a lo secuencial le sigue lo simultáneo, las
capacidades de elaboración crítica son remplazadas por capacidades
de elaboración mitológica. La facultad crítica presupone una
estructuración particular del mensaje: la secuencialidad de la
escritura, la lentitud de la lectura, la posibilidad de juzgar en
secuencias el carácter de verdad y de falsedad de los enunciados. En
3[3] Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano,
Paidós, 1996.
esas condiciones era posible la discriminación crítica que caracterizó
las formas culturales de la modernidad. Pero en la esfera de la
comunicación video-electrónica la crítica ha sido progresivamente
sustituida por una forma de pensamiento mitológico, y la capacidad
de discriminar entre la verdad o falsedad de los enunciados se ha
vuelto imposible e irrelevante.
Este pasaje se constata en la tecno-mediosfera que se desarrolla en
las décadas de los sesenta y setenta. La generación que nace hacia
fines de los años setenta comienza a manifestar los primeros signos
de una impermeabilidad a los valores de la política y de la crítica que
habían sido fundamentales para las generaciones anteriores. No se
puede hablar, en rigor, de rechazo a la política sino más bien de una
incompatibilidad cognitiva con la temporalidad histórica y, por
consiguiente, con la imaginación ideológica de tipo progresista.
Con todo, a partir de los años noventa se verifica incluso una
mutación mucho más radical a partir de la difusión de las tecnologías
digitales y la conformación de la red global. Los modos de
funcionamiento de la mente humana se remodelan, ahora, según
dispositivos técnico-cognitivos de tipo reticulares, celulares y
conectivos.
Con la difusión capilar de terminales que vuelven posible la conexión
con la info-esfera, el flujo de estímulos nerviosos que envuelve al
organismo consciente de los niños se intensifica hasta estallar, y el
tiempo de atención disponible es saturado. En la época celularconectiva
la mente infantil se forma en un ambiente mediático
totalmente diferente respecto al de la humanidad moderna, y
experimenta el tiempo según una modalidad fragmentaria y
recombinante. Ya no contamos con flujos de tiempo continuo, sino con
cápsulas de tiempo-atención. Conexiones puntuales, ámbitos
operativos separados. La percepción de sí se transforma: el individuo
vive su tiempo como un conjunto de células recombinantes.
El proceso de socialización se remodela sobre el plano cognitivo,
perceptivo, psíquico.
La conjunción entre cuerpos físicos ásperos, polvorientos, estriados e
imprevisibles es rápidamente sustituida por un régimen de conexión
entre segmentos compatibles, lisos, depilados, abstractos.
Recombinantes, modulares, predecibles.
El individuo se percibe como un conjunto de fragmentos tempoinformacionales
disponibles para entrar en conexión.
¿Cómo se mueven los treceañeros de los que habla el film de
Catherine Hardwicke (Thirteen, 2003) o las novelitas de Federico
Moccia, o los jovencísimos programadores informáticos de Jpod de
Douglas Coupland?
¿Qué es lo que regula sus interacciones? ¿Cuáles son los procesos de
reconocimiento recíproco, de identificación y de proyección
compartida? Una regla inconsciente parece operar en el corazón de la
relación. Un reflejo inconsciente de regulaciones parece constituirse
como concatenación colectiva a-significante. El movimiento en el
espacio y el contacto con el otro tienden a volverse ejecuciones de un
programa operativo, antes que percepciones empáticas del mundo
circundante.
Los periodistas que se ocupan del problema del comportamiento
juvenil hablan de “arrogancia” y usan la metáfora de la “manada”
para referirse a las acciones de violencia o de prepotencia con que los
grupos de jóvenes parecen moverse de modo conformista, porque
todos los participantes fundan su identidad sobre el reconocimiento
de pertenencia al grupo.
Pero no usaría la expresión “manada”, que me parece inútilmente
moralista. Prefiero pensar en un enjambre más que en una manada,
pues nos permite entender la socialización como efecto de un
automatismo cognitivo más que como resultado de valores o
disvalores de orden moral.
Lo que cambia en el pasaje generacional post-alfabético no son los
contenidos, los valores de referencia, las opciones políticas, sino el
formato de la mente colectiva, el paradigma técnico de elaboraciones
mentales: dos sucesivas configuraciones tecnológicas, primero la
video-electrónica y luego la celular-conectiva, remodelan la infoesfera
y modifican la mente colectiva.
Este proceso de transformación es, también, un proceso de mutación
del organismo consciente.
La mente manifiesta nuevas potencias conectivas, nuevas
competencias interactivas, pero el pasaje es atravesado por
disturbios, sufrimientos y patologías.
Pánico en contexto
“Era viernes: dentro del subte el ataque ha estallado
imprevistamente y alcanza gran intensidad. En un primer
momento el corazón latía cada vez más deprisa, un nudo en la
garganta, la sensación de sofocamiento y la necesidad de
respirar cada vez más profundo. Carla miraba a su alrededor
espantada y paralizada. Todo parecía extraño, distorsionado. La
presencia de la gente a su alrededor la oprimía. Nadie parecía
advertirla: habría podido perder el control, desmayarse,
enloquecerse o incluso morir en medio de aquella muchedumbre
anónima y hostil. Un ligero sudor le recorría el cuerpo, las piernas
le temblaban: no podía más. Faltaban aún muchas estaciones
para llegar a destino: verdaderamente no hacía falta, estaría
muerta antes de llegar. El tiempo le parecía detenido. Toda la
escena quedaba registrada en el cerebro: se sentía aprisionada y
debía escapar. La primera estación a la que llegó, casi sin saber
donde estaba, fue su salida”.4[4]
Así Francesco Rovetto describe un caso clásico de ataque de pánico.
En las páginas siguientes analiza con mucha sutiliza y precisión la
formación de una predisposición al DAP (Disturbio por ataques de
pánico).
“El recuerdo de aquellos minutos pasado en el subte quedaron
registrados como un video en su mente. Se volvía a ver
bloqueada en medio de la muchedumbre, bajo tierra, sin
posibilidad de fuga. Los recuerdos eran tan fuertes e intensos
que el sólo pensar en volver a una situación similar le provocaba
un miedo que seguramente desencadenaría el pánico. Este
proceso de “miedo al miedo” le ha limitado la libertad de
movimiento y de pensamiento.
Luego Rovetto reconstruye la historia familiar de Carla, la soledad y la
frustración debido a las frecuentes ausencias del padre y la madre
motivadas por los continuos compromisos de trabajo. Más adelante
menciona la crisis de asma del hermanito y la decisión de los padres
de estar a su lado y de mandar a Carla a casa de una tía por quince
días. El sentimiento de abandono surge de esa separación. En esta
historia familiar Rovetto encuentra la causa de una patología ansiosa
que la lleva al primer ataque de pánico y muestra cómo el miedo a
que se repitiera aquella crisis espantosa había terminado por crear las
condiciones para sucesivas recaídas y para una generalizada
predisposición al DAP. En síntesis, Rovetto atribuye esta patología, que
parece difundirse cada vez más ampliamente en los últimos decenios,
a un complejo de factores ligados a la ansiedad de origen familiar,
complejizados y reforzados por la interiorización del miedo. Está bien,
pero ¿es suficiente?
Un fenómeno como el de los ataques de pánico no puede ser
explicado solamente en términos psicopatológicos. Entendámonos: no
hay dudas sobre los contenidos psíquicos de la ansiedad de Carla, ni
sobre que las dinámicas mentales e incluso las orgánicas (el
implicamiento de las amígdalas) están bien reconstruidas; pero a la
explicación del psiquiatra le falta una referencia al contexto
desencadenante. En cuatro páginas de análisis del caso de Carla,
Rovetto dedica solamente dos frases a la actividad que ella desarrolla
durante el periodo en el que sobreviene el primer ataque. Y estas
frases son casi casuales:
4[4] Francesco Rovetto e altri: Panico:Origini dinamiche terapie, McGraw Hill,
2003, págs. 2 y 3.
“El ansiolítico reducía su capacidad de concentrarse en la
realización de las prácticas que le confiaba el arquitecto con el
que estaba desarrollando su aprendizaje” (pág. 2).
Podemos deducir que Carla trabajó como pasante, como practicante
(precaria, bajo examen) con un arquitecto. Desarrolló probablemente
trabajos de alto contenido cognitivo, mental, empeñando
constantemente las facultades de concentración, de imaginación, de
memorización.
Además, Rovetto explica que Carla había tenido que enfrentar una
situación psicológicamente difícil después de recibirse: “su vida no
preveía más que cinco o seis exámenes al año de contenido bien
cierto y definido. De ahora en adelante debía continuar en direcciones
imprecisas e incluso volverse una máquina de trabajo como sus
padres.” (pág. 4)
¿No es acaso éste el paisaje contemporáneo dentro del cual las
experiencias afectivas pasadas se redefinen y asumen una tonalidad
ansiosa, hasta provocar la explosión de un ataque de pánico? Mi tesis
es que no podemos hablar de psicopatología sin considerar las
condiciones sociales, las modalidades de la prestación laboral, las
relaciones de competencia y sobre todo las formas de comunicación
dentro de las que el cuadro psíquico se constituye.
La dimensión social es inseparable del análisis de las psicopatías
contemporáneas porque ella actúa directamente sobre las formas de
comunicación y sobre la exposición al flujo informativo. El pánico, por
ejemplo, es una patología en aumento sobre todo entre las mujeres
de las jóvenes generaciones que en los últimos años están implicadas,
cada vez con más frecuencia, en condiciones de precariedad y de
exasperada competitividad, dentro de los ciclos del trabajo cognitivo.
Lo que quiero indicar aquí no es sólo una correlación entre
condiciones laborales y surgimiento de manifestaciones
psicopatológicas, sino sobre todo una correlación entre la exposición
al flujo info-nervioso y la patología.
La creatividad es transformada en trabajo. Aumento de la
productividad significa, por lo tanto, aceleración del ciclo infonervioso.
La sociedad industrial construía máquinas de represión de la
corporeidad y del deseo. La sociedad post-industrial funda su
dinámica sobre la movilización constante del deseo. La libido ha sido
puesta a trabajar.
Trabajo y deseo
En su libro más conocido Pierre Levy propone la noción de inteligencia
colectiva. Pero la existencia social de los trabajadores cognitivos no se
agota en la inteligencia: los cognitarios son también cuerpo, esto es,
nervios que se tensan en el esfuerzo de atención constante, ojos que
se fatigan en su estar fijos sobre una pantalla. La inteligencia
colectiva no reduce ni resuelve la existencia social de los cuerpos que
producen esta inteligencia.
¿Qué significa trabajar hoy? Tendencialmente el trabajo tiene una
característica física uniforme: nos sentamos delante de una pantalla y
movemos los dedos sobre un teclado, digitamos. Pero, al mismo
tiempo, el trabajo es mucho más diferenciado cuando consideramos
los contenidos que elabora. El arquitecto, el agente de viajes, el
programador y el abogado realizan los mismos gestos físicos, pero no
podrían de ninguna manera intercambiar sus trabajos porque cada
uno de ellos desarrolla una tarea específica, local e intraducible para
quien no está familiarizado con ese contenido complejo de
conocimiento.
El trabajo industrial mecánico se caracterizaba por su sustancial
intercambiabilidad y por su despersonalización. En consecuencia, era
percibido como algo ajeno, un deber que se desarrolla sólo porque a
cambio se obtiene un salario. El trabajo asalariado en relación de
dependencia era pura prestación de tiempo.
Las tecnologías digitales abren una perspectiva completamente nueva
para el trabajo. En primer lugar, cambia la relación entre la
concepción y la ejecución, al mismo tiempo que varía la relación entre
contenido intelectual del trabajo y ejecución manual. El trabajo
manual tiende a ser desarrollado por maquinarias manejadas
automáticamente, mientras que el trabajo innovador (que produce
más valor) es el trabajo cognitivo. La materia a transformar es
simulada por secuencias digitales. El contenido del trabajo se
mentaliza, pero al mismo tiempo los límites del trabajo productivo se
vuelven inciertos. La misma noción de productividad se vuelve
imprecisa: la relación entre tiempo y cantidad de valor producido se
torna difícil de establecer, porque no todas las horas de un trabajador
cognitivo son iguales en términos de productividad.
La noción marxiana de trabajo abstracto se redefine. ¿Que quiere
decir “trabajo abstracto” en el lenguaje de Marx? Significa erogación
de tiempo que produce valor sin considerar su cualidad, sin relación
con la utilidad específica y concreta de los objetos que introduce en el
mundo. El trabajo industrial tendía hacia la abstracción porque su
utilidad concreta era totalmente irrelevante respecto de la función de
valorización económica.
¿Podríamos decir que esta abstracción progresiva continúa operando
hoy en la era de la info-producción? En cierto sentido sí; es más,
podríamos decir que esta tendencia es llevada hasta su máxima
potencia, porque desaparece todo residuo de materialidad y de
concreción de las operaciones laborales, y sólo permanecen las
abstracciones simbólicas, los bit, los dígitos, las diferencias de
información, sobre los que se ejercita la actividad productiva. Bien
podríamos decir que la digitalización del proceso de trabajo volvió a
todos los trabajos iguales desde el punto de vista físico y ergonómico.
Todos hacemos lo mismo: nos sentamos delante de una pantalla y
tecleamos, mientras las máquinas automáticas convierten nuestra
actividad en un programa televisivo, una operación quirúrgica o bien
en un automóvil.
Desde el punto de vista físico no hay diferencias entre un agente de
viaje, un empleado de una petroquímica y un escritor de novelas
policiales.
Pero, al mismo tiempo, el trabajo se vuelve parte de una actividad
mental que elabora signos llenos de saber. Se vuelve muy específico y
más especializado: el abogado y el arquitecto, el técnico informático y
el cajero de un supermercado están frente a la misma pantalla y
aprietan las mismas teclas, pero uno no podría jamás ocupar el
puesto del otro porque el contenido de su trabajo es irreductiblemente
distinto y no traducible.
Un obrero químico y uno metalúrgico hacen trabajos totalmente
distintos desde el punto de vista físico, pero un metalúrgico necesita
de unos pocos días para adquirir el conocimiento operativo del trabajo
del químico y viceversa. Cuanto más el trabajo industrial se simplifica,
tanto más intercambiable se vuelve. Delante de la computadora y
conectado a la máquina universal de elaboración y de comunicación
las terminales humanas realizan los mismos movimientos corporales,
pero cuanto más el trabajo se simplifica desde el punto de vista físico
tanto menos intercambiables son los conocimientos, las capacidades
y las prestaciones.
El trabajo digitalizado manipula signos absolutamente abstractos,
pero su funcionamiento recombinante es cada vez más específico,
cada vez más personalizado y por lo tanto cada vez menos
intercambiable. Por eso los empleados high tech (que crean o utilizan
alta tecnología) tienden a considerar al trabajo como la parte más
esencial de su vida, la más singular y personalizada.
Exactamente lo contrario de lo que le sucedía al obrero industrial,
para quien las ocho horas de prestación asalariada eran una especie
de muerte temporaria de la que se despertaba sólo cuando sonaba la
sirena del fin de la jornada.
Esto vuelve al trabajador cognitivo enormemente más frágil. El semiocapital
ha puesto el alma a trabajar.
Empresa y deseo
Sólo dando cuenta de este fenómeno podemos explicar por qué en las
últimas dos décadas la desafección y el ausentismo se volvieron
fenómenos totalmente marginales. El tiempo del trabajo medio ha
aumentado de manera impresionante en los últimos veinte años.
En promedio, la totalidad de los trabajadores prestaron 148 horas más
en el año 1996 de lo que habían trabajado sus colegas en 1973. El
porcentaje de personas que trabajan más de 49 horas a la semana ha
aumentado el 13% en 1976 y casi el 19% en 1998. En lo que respecta
a los managers
el porcentaje sube de 40% a 45% (Datos del United State Bureau of
Labor Statistics).
¿Cómo se explica la conversión de los trabajadores de la desafección
a la adhesión? No hay dudas de la influencia de la lucha política que la
clase obrera llevó adelante inmediatamente después de los años
setenta a causa de la reestructuración tecnológica, de la
desocupación que le siguió y de la represión violenta contra su
vanguardia: pero estas explicaciones no bastan. Para comprender a
fondo los cambios psico-sociales del trabajo es necesario tener en
cuenta una mutación cultural decisiva, que se vincula con el
desplazamiento del centro de gravedad de la esfera del trabajo obrero
al trabajo cognitivo.
A diferencia del obrero industrial, el trabajador cognitivo considera el
trabajo como la parte más importante de su vida y no se opone, por lo
mismo, al prolongamiento de la jornada laboral. Es más, tiende a
prolongar el tiempo de trabajo por propia decisión y voluntad. Esto
sucede por diversas razones. En las últimas décadas la comunidad
social urbana perdió progresivamente interés y quedó reducida a un
envoltorio muerto de relaciones sin humanidad y sin placer. La
sensualidad y la convivencia han sido progresivamente transformadas
en mecanismos estandarizados, homologados y mercantilizados, y el
placer singular del cuerpo fue sustituido por la necesidad ansiógena
de identidad. La calidad de la existencia resultó deteriorada desde el
punto de la vista de lo afectivo y de lo psíquico a consecuencia del
enrarecimiento del vínculo comunitario y de su esterilización
securitaria, como muestra Mike Davis en libros como City of
Quartz5[5] o Echology of Fear (Vintage, New York).
Parece que en las relaciones humanas, en la vida cotidiana y en la
comunicación afectiva se encontrase menos placer y cada vez menos
garantías. Una consecuencia de esta des-erotización de la vida
cotidiana es la inversión de deseo en el trabajo, entendido como único
lugar de confirmación narcisista para una individualidad habituada a
concebir al otro según las reglas de la competencia, esto es, como un
5[5] Ciudad de Cuarzo. Arqueología del futuro en los Ángeles, Lengua de Trapo,
Madrid, 2003.
peligro, un empobrecimiento, una limitación más que como una
experiencia placentera y enriquecedora.
El efecto que se produjo en la vida cotidiana durante las últimas
décadas es el de una des-solidarización generalizada. El imperativo de
la competencia se volvió dominante en el trabajo, en la comunicación,
en la cultura, a través de una sistemática transformación del otro en
un competidor e incluso en un enemigo. Una máquina de guerra se
esconde en todo nicho de la vida cotidiana.
No obstante, es también decisivo el drástico empeoramiento de las
condiciones de protección social provocados por los veinte años de
desregulación y de desmantelamiento de las estructuras públicas de
asistencia.
Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder
consumir, tanto menos nos queda para poder disfrutar del mundo
disponible. Cuanto más invirtamos nuestras energías nerviosas en la
adquisición de dinero, tanto menos podemos invertir en el goce. Es en
relación a este problema, completamente ignorado por el discurso
económico, que se juega la cuestión de la felicidad y de la infelicidad
en la sociedad hiper-capitalista.
Para tener más poder económico (más dinero, más crédito) es
necesario prestar cada vez más tiempo al trabajo socialmente
homologado. Pero esto supone reducir el tiempo de goce, de
experimentación, de vida.
La riqueza entendida como goce disminuye proporcionalmente al
aumento de la riqueza como valor económico, por la simple razón de
que el tiempo mental está destinado a acumular más que a gozar.
Por otra parte, la riqueza entendida como acumulación económica
aumenta cuando se reduce el placer dispersivo del goce. Y las dos
perspectivas se resuelven en un mismo efecto: la expansión de la
esfera económica coincide con una reducción de la esfera erótica.
Cuando las cosas, los cuerpos, los signos comienzan a formar parte
del modelo semiótico de la economía, la riqueza puede realizarse tan
solo de manera indirecta, refleja, aplazada. La riqueza, entonces, ya
no es el goce temporal de las cosas, de los cuerpos, de los signos,
sino producción acelerada de falta y de ansiedad.